Animar a leer es otra cosa (II)

Fuente: Editorial Juventud
Ya comenté en un post anterior algunas opiniones que me genera la propuesta de animación a la lectura que se suele hacer en el cole de mis hijas, así que hoy traigo una muestra de los resultados.

El otro día me traje a una amiguita de mi hija menor a comer a casa y a jugar un rato. Como ella terminó de hacer los deberes antes que mi hija, le comenté así de pasada "¿Quieres leer un cuento mientras esperas?" La respuesta fue muy clara: "No. No. NO QUIERO. NO ME GUSTA. YO YA HE HECHO LOS DEBERES!!!"

La reacción fue visceral. Le comentamos que por supuesto no era obligatorio, que era por si quería entretenerse un rato, incluso mis hijas aportaron su opinión, pero cada comentario nuestro elevaba la respuesta. Hablamos de una niña de la que según creo ya lee perfectamente.

Así pues, me senté en el suelo y disimuladamente empecé a leer en voz alta un cuento muy sencillo que habíamos sacado de la biblioteca y que mi benjamina disfruta leyendo de forma autónoma: "Pero papá", de la Editorial Juventud.

Y ahí sí: la niña se enganchó a la historia, buscaba ver las ilustraciones, aportaba su opinión, hacía preguntas... Disfrutó con el cuento.

Blanco y en botella, leche.

Cuando yo era pequeña aprendí a leer sin lecturas obligatorias. Sí, teníamos libro de lectura, con pequeños textos de tipo variado, cortitos, de complejidad supongo que creciente, del estilo del que usan ahora también en los coles, pero no nos llevábamos un libro de la biblioteca de aula para leer el fin de semana y hacer una ficha ni nadie me obligó a leer 15 minutos diarios como quien se toma una medicina prescrita por el médico. Y no me debió ir mal, mis padres siempre cuentan la anécdota de que no tenían ni idea de que yo sabía leer hasta que un día me lancé a leer los letreros que veía por la calle.

Empecé a acudir a la biblioteca del cole en sexto (apunto que yo soy de la EGB). La lectura salvó mi vida, o al menos mi sentido del yo, ya que mi timidez me dificultaba los recreos de comedor y con un libro en la mano daba igual que tus amigos comieran en casa. Creas fama de rara, pero ese ya es otro asunto.

En octavo tuve mi primera experiencia de lectura obligatoria: Tres cazadores en Siberia (mi ejemplar, en edición de la Editorial Noguer, sigue por ahí por casa). Me pareció infumable, así que sólo me leí el capítulo que me tocaba resumir y comentar. Todavía me pregunto que pensaría mi profe, porque saqué buena nota pero el resumen no tenía ni pies ni cabeza (me había tocado un capítulo de los de en medio).

(Años después me reencontré por mi cuenta con los tres cazadores... ¡y me encantó! Para que veas).

Este mismo repelús me lo dieron las lecturas obligatorias del instituto. Al menos nos las vendían bajo el pretexto de ser "literatura antigua": La celestina, el libro del buen amor, el quijote, las cartas de Larra, La busca... y la profe tenía la suficiente sensatez para no comprobar si lo habíamos leído completo. Eso sí, nunca me vi obligada a leer un libro de los que se suponía orientado a mi edad como las colecciones de títulos que preparan hoy en día las editoriales a la caza del lector cautivo. Muchas son novelas que realmente merecen la pena, pero a las que la obligatoriedad a menudo les roba la emoción. Y sí, alguno se engancha a la lectura con ellas pero...

Entonces ... ¿cómo animar a leer?

Quizá sea más fácil determinar como NO animar a leer. La lectura, la literatura, de ficción o de no ficción, prosa o verso, puede cumplir muchas funciones, pero si se busca descubrir a nuestros niños y niñas el placer de la lectura no puede nunca, nunca, ser obligatoria.

¿Eres profe? ¿Eres madre o padre? Cuéntame qué te parece o cómo lo haces.

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